Bandoleros vascos
El motivo del presente artículo es el de hacerme eco de la publicación de un libro que ahonda en un aspecto poco o nada conocido de la sociedad vasca del siglo XVIII y principios del XIX.
Se trata de “Bandoleros vascos”, obra de David Zapirain Karrika, publicado por Ttarttalo S.L. en Donostia, en el año 2006.
El estudio se centra principalmente en la provincia de Gipuzkoa, y aunque el bandolerismo nos pueda recordar a todos Sierra Morena y nombres míticos y famosos como el de Curro Jiménez, parece que el fenómeno tuvo también gran importancia en estas tierras de Guipuzcoa y sus limítrofes, como queda bien reflejado en el libro, aunque no se pueda considerar, en este caso, el tipo de “ladrón justiciero”, que roba al rico y reparte a los pobres.
En el trabajo se detallan muchos aspectos desconocidos de la vida cotidiana de la sociedad vasca de la época, como es el caso del sentido que se daba a la palabra gitano en aquellos tiempos: “Es de destacar también el uso que se da a la denominación de gitano, pues más que en tribus remotas llegadas de exóticos lugares, los encausados en estos procesos tienen sus raices en lugares cercanos y conocidos. Algunos son originarios de Nafarroa y Lapurdi, y también hay elementos desprendidos de familias conocidas y acreditadas. De este modo, el calificativo gitano, más que implicar un componente racial -o además de ello-, se convierte en una expresión de rechazo a un cierto tipo de personas cuya manera de vivir es asociada con el vagabundeo, la falta de sujección a las ordenes de un cabeza de familia y la carencia de un medio de vida ordenado y reglado, hasta el punto de que este comportamiento llega a denominarse “oficio de gitanería”.
También son curiosos algunos detalles sobre relaciones prematrimoniales y extramaritales, así como el peculiar caso de Miguel Larrazabal, que además de trabajar de ferrón en invierno, se dedicaba en primavera al sospechoso, y poco recomendable, oficio de torear reses bravas.
Nos da noticia de distintos grupos de bandoleros, como el de los hermanos Urkijo que, a principios del S. XVIII, iniciaron sus actividades en Bizkaia, concretamente en la zona de Bilbao, y que al parecer ocasionaron bastante desasosiego en la zona: “La actividad de este grupo en el camino de Kastrexana a Bilbao habría llegado hasta el extremo de reducir el abastecimiento de pan que entraba en la villa por Basurto, produciendo un aumento de precios.” O el caso de María Antonia Basarte y el grupo de bandoleros al que pertenece su amante, Tetratxo, suceso digno del mejor de los argumentos para una buena novela histórica o una no menos interesante pelicula de acción. También cita el caso de los guipuzcoanos Landradoi y Zibiaurre que, mediado el siglo XVIII, anduvieron trabajando por las minas de Trucios, regentadas por otros guipuzcoanos, y que, al parecer, comenzaron sus andanzas delictivas en el camino entre Laredo y Soba.
Nos habla también de Juan José Mendía, quien fue utilizado como confidente por la autoridad, aunque parece que actuaba como “agente doble”, y del espectacular caso del asalto a Hernani por parte de 26 individuos armados que, dirigidos por Guiñi y Kaderezar, verdaderos profesionales, se llevaron 144.000 reales de vellón que allí estaban en depósito, e incluso, como curiosidad, se recogen en el libro las descripciones físicas y de vestimenta de algunos de ellos, tomadas de las instrucciones judiciales: “Y su compañero era uno a quien llaman Manis, de algunos 26 años, cara espigada y seca y por no tener pelo cubría la cabeza con una montera de paño negro con vueltas de tripe y estaba vestido de chamarra de bayeta azul obscuro, calzones negros, abarcas con cordones blancos y pieles de cordellate”.
Es curioso el caso, también relatado en el libro, del parroco Juan Bengoa, que dirige sus protestas, ante los continuos casos de bandidaje, a la autoridad, y obtiene por respuesta el robo en su propia iglesia, así como otros muchos recogidos por el autor.
Hace Zapirain, por otra parte, un minucioso análisis de los expeditivos medios empleados por la autoridad para atajar este tipo de conductas, así como otras, menos peligrosas, tipificadas en delitos como: “no aplicado al trabajo, vago y mal entretenido”; así como del uso y abuso que de estas medidas llega a hacer el poder político, que incluso las utiliza con el fin de reclutar efectivos para el ejército que se encuentra combatiendo en Europa a mediados del S. XVIII.
Asimismo, se detiene en el estudio de las causas de este fenómeno, imbricado en el tipo de relaciones económicas y sociales marcadas por la institución del mayorazgo, que deja a una parte de la población como excedente de mano de obra, y cuyos momentos más álgidos vienen a coincidir con los de mayor crisis económica y social, a principios y finales del siglo XVIII.
Termina el libro con distintas versiones de canciones populares, recogidas por Aita Donostia, y que se refieren al caso del asalto al santuario de San Miguel de Aralar.
Es, en definita, para mi, un interesantísimo libro, de recomendable lectura.
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