miércoles, 26 de septiembre de 2007

Viaje por España, de Teófilo Gautier (Castilla la Vieja y sus mujeres)

De Vitoria se dirige a Burgos por el paso de Pancorbo, quedando maravillado por la belleza del paisaje que ha podido admirar en el camino, y así continúa:



BURGOS


“De Pancorbo a Burgos cruzamos tres o cuatro pueblos medio en ruinas, algunos como piedra pómez y color de pan tostado, tales como Briviesca, Castil de Peones y Quintanapalla, Dudo que Descamps, en el riñón de Asia Menor, encontrase muros más quemados, más enrojecidos, más pardos, más granujientos, más resquebrajados y descascarillados que éstos. Al pie de estos muros vagaban algunos asnos que no envidiarían nada a los asnos turcos y que Descamps debería estudiar. El asno turco es fatalista, y en su actitud humilde y soñadora se advierte que está resignado a recibir todos los palos que el destino le reserva y que soportará sin quejarse. El asno castellano tiene un aspecto más filosófico y resuelto; comprende que no pueden prescindir de él; es de la casa, ha leido el Quijote y se vanagloria de descender en linea recta del célebre rucio de Sancho Panza. Junto a estos asnos veíanse también perros de casta de una raza magnífica, impecables de patas, cuerpo y cabeza; entre otros, algunos lebreles en el estilo de los de Pablo Veronés y de Velázquez, de un tamaño y de una belleza admirables, sin contar algunas docenas de muchachos o pilluelos andrajosos, cuyos ojos chispeaban entre sus harapos como diamantes negros.
Castilla la Vieja sin duda se denomina así a causa de las innumerables viejas que allí se encuentran, ¡y qué viejas! Las brujas de Macbeth atravesando el brezal de Dunsinania para ir a preparar su infernal banquete, son lindas muchachas comparadas con ellas; las abominables furias de los caprichos de Goya, que yo hasta ahora tenía por pesadillas y quimeras mostruosas, son retratos de asombroso parecido; la mayoría de estas viejas tienen barbas como el queso enmohecido y bigotes como granaderos; y luego ¡hay que ver su atavío! Si se cogiera un pedazo de tela y durante diez años se dedicara una persona a ensuciarlo, raerlo, agujerearlo, remendarlo y hacerle perder su color primitivo, no se llegaría a esta sublimidad de andrajo. Y tales encantos se nos muestran realzados por un aspecto hosco y huraño, bien diferente por cierto de la actitud humilde y dulce de las pobres gentes de Francia.”
Sigue con una descripción de la Plaza Mayor de Burgos, y de algunos personajes que allí le llamaron la atención, para proseguir con la de la fonda en que se alojó, y nos dice así:
“La fonda en que nos albergamos era una verdadera fonda española, en la que nadie entendía una palabra de francés; tuvimos que hacer uso de nuestro castellano y estropearnos la garganta con la abominable jota -sonido árabe y gutural que en nuestro idioma no existe-. Debo decir que nos entendían bastante bien gracias a la extremada inteligencia que distingue a este pueblo. Claro está que alguna vez nos traían una vela cuando pedíamos agua, o chocolate en vez de tinta; pero aparte estas pequeñas equivocaciones, muy perdonables, todo marchó del mejor modo posible. La fonda estaba servida por un enjambre de maritornes desgreñadas que llevaban los nombres más bonitos del mundo: Casilda, Matilde, Balbina; en España todos los nombres son bonitos: Lola, Bibiana, Pepa, Hilaria, Carmen, Cipriana, sirven de rotulo a las criaturas menos poéticas que pueden verse. Una de estas mozas tenía el pelo de un rojo muy subido, color que es muy frecuente en España, donde hay muchas rubias, y, sobre todo, muchas rojas, contra lo que comunmente se cree.”

Gautier, Teófilo. Viaje por España, Tomo I. Traducción de Enrique de Mesa. Espasa Calpe, Madrid, 1932

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