Viaje por España, de Teófilo Gautier (La liturgia)
Partiendo de Madrid, y tras visitar El Escorial, que no es del todo de su gusto, dirige sus pasos a Toledo, donde nos describe sus estrechas calles y El Alcazar, para a continuación hablarnos de La Catedral. Allí se topa con la capilla mozarábe, y cree conveniente, antes de seguir con su descripción, hacer la siguiente aclaración para sus lectores:
TOLEDO
“En la época de la invasión de los moros, los habitantes de Toledo viéronse obligados a rendirse después de un sitio de dos años, trataron de conseguir la capitulación en las condiciones más favorables, y en el número de los artículos estipulados figuraba éste: que se reservarían seis iglesias para los cristianos que quisieran vivir con los bárbaros. Estas iglesias fueron las de San Marcos, San Lucas, San Sebastián, San Torcuato, Santa Eulalia y Santa Justa. Por este medio conservaron la fe cristiana en esta ciudad durante los cuatrocientos años que duró la dominación morisca, y por esta razón los fieles toledanos fueron llamados mozárabes, es decir, mezclados con los árabes. En el reinado de Alfonso VI, cuando Toledo volvió a poder de los cristianos, Ricardo, legatario del papa, quiso abolir el rito mozárabe y substituirlo por el gregoriano, sostenido en esto por el rey y la reina doña Constanza, que preferían el rito de Roma. Todo el clero se alborotó y puso el grito en el cielo; los fieles se indignaron, y poco faltó para que hubiera motines y levantamientos populares. Asustado el rey por el giro que tomaban las cosas, y temiendo que se llegara a extremos peligrosos, calmó los ánimos como pudo, y propuso a los toledanos este mezzo termine extraño y muy dentro del espíritu del tiempo, que fué aceptado con entusiasmo por ambas partes: los aprtidarios del rito gregoriano y los del mozárabe elegirían dos campeones que lucharían para que Dios decidiera en qué idioma y en qué rito prefería ser alabado. En efecto; si en algo ha de aceptarse el juicio de Dios, debe ser en materia de liturgia.
El campeón de los mozárabes se llamaba don Ruiz de la Matanza; se señaló día. Eligióse la vega para lugar del combate. La victoria permaneció indecisa algún tiempo; pero, al fin, don Ruiz tuvo ventaja y salió vencedor en la lid, en medio de los gritos y alegría de los toledanos, que, llorando de felicidad y tirando al aire sus gorros, dirigiéronse a las iglesias a dar gracias a Dios. El Rey, la reina y la corte mostráronse muy contrariados de aquel triunfo. Dándose cuenta un poco tarde de que era una cosa impía, temeraria y cruel decidir una cuestión teológica por un combate sangriento, pretendieron que habían de acudir a un milagro, y propusieron una nueva prueba, que los toledanos, confiados en al excelencia de su rito, aceptaron de buen grado. La prueba consistía, despues de un ayuno general y de preces en todas las iglesias, en echar sobre un leño ardiendo un ejemplar del oficio romano y otro del toledano; el que saliera de las llamas sin quemar sería considerado como el mejor y el más agradable a Dios.
La cosa se ejecutó punto por punto. Colocose un leño seco y llameante en la plaza de Zocodover -que desde que es palza no vió jamás tal afluencia de espectadores-; se echaron los dos breviarios al fuego, y cada partido elevó los ojos y los brazos al cielo, rogando a Dios por el culto de la liturgia en que prefería servirle. El ritual romano, rechazado por la violencia del fuego y con las hojas dispersas, salió de la prueba intacto, aunque un poco chamuscado. El toledano permaneció majestuosamente en medio de la llama, en el mismo sitio en que cayó, sin moverse y sin sufrir el menor daño. Algunos mozárabes entusiastas pretendían incluso que el misal romano fué completamente consumido por el fuego. El rey, la reina y el legatario, Ricardo, no quedaron muy satisfechos; pero no había medio de volver sobre el asunto. El rito mozárabe se conservó, pues, y siguiose con ardor durante largos años por los mozárabes, sus hijos y sus nietos; pero, al fin, se dejó de comprender el texto y no se encontró nadie capaz de decir ni de entender el oficio objeto de tan vivas discusiones. Don Francisco Ximenez, arzobispo de Toledo, no quiso dejar caer en desuso una costumbre tan memorable, y fundó una capilla mozárabe en la catedral, mandó traducir e imprimir en caracteres vulgares los rituales, que estaban en letra gótica, e instituyó sacerdotes especiales, encargados de decir este oficio.”
Gautier, Teófilo. Viaje por España, Tomo I. Traducción de Enrique de Mesa. Espasa Calpe, Madrid, 1932
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