martes, 30 de enero de 2007

Música en la barbería

En todas las épocas ha existido un tipo de música dirigida a un público cultivado, aunque también se componía música pensada para el consumo de masas. En época de Mozart por ejemplo, la masa no escucharía sus sinfonías, pero si saciaría su apetito musical escuchando e interpretando viejas canciones folclóricas o recientes composiciones populares.

A finales del siglo XIX, en los Estados Unidos surgió un tipo de conjunto musical llamado "cuarteto de barbería". Estos estaban formados por 4 hombres (2 tenores, 1 barítono y 1 bajo normalmente) que se dedicaban a interpretar arreglos de las canciones que más sonaban en la época en las salas de espera de las barberías, convirtiéndose estos locales además de en centros de reunión de sociedad, en una especie de auditorios. De esta manera, el pueblo llano también podía escuchar, aunque no en todo su esplendor, las obras dirigidas a las clases altas de la sociedad. Tal fue la repercusión de este fenómeno, que además de hacer arreglos para estos conjuntos, hubo compositores que compusieron expresamente para estos grupos.

Os dejo aquí como muestra de lo que podría haber sido un cuarteto de barbería a los King's Singers, que aunque son un sexteto, nos pueden ayudar a hacernos una idea de lo que eran estos grupos. Interpretan en esta ocasión un fragmento de la obertura de "El barbero de Sevilla" de Gioacchino Rossini.

sábado, 27 de enero de 2007

Restos arqueológicos de un antiguo convento franciscano en Bilbao



Las obras de construcción de un aparcamiento subterraneo en el barrio bilbaino de Bilbao la Vieja ha sacado a la luz los restos del antiguo convento imperial de franciscanos que allí se ubicó desde principios del siglo XVI hasta el XIX en que se demolió, según recoge hoy la prensa local .
Fundado en 1501 por Juan de Arbolancha y Elbira Fernández de Basabe, en virtud de la Bula dada por el Papa Sisto IV en 1475, el edificio se construyó sobre la viña conocida como del Infanzonado, en la anteiglesia de Abando, según nos cuenta D.Juan Ramón de Iturriza y Zabala, quien también nos informa de la presencia en su fachada del escudo imperial de Carlos I, y de un sucedido en su interior, que por su interés, paso a copiar:
“El año de 1530 hallaron en dicha iglesia un peregrino muerto, puesto de rodillas y levantadas las manos ante una imagen de Jesús Crucificado; el cual, habiéndole enterrado, hallaron incorrupto en el de 1570, y le pusieron en un sepulcro de alabastro junto al altar mayor, según escriben don Juan de Amiax y Juan Iñíguez de Ibargüen.”
Como nos sugiere la imagen, el edificio hubo de ser magnífico, y así se lo pareció a Delmas, que lo vió mediado el siglo XIX, cuando el edificio ya estaba en ruinas, y nos hizo la siguiente descripción del mismo:
"El convento imperial de San Francisco, situado sobre el rio y frente al puente de alambre(el famoso puente colgante de Bilbao nombrado en canciones), era una obra monumental y vasta. Altas bóvedas del gusto gótico, bellisimas capillas, hermoso claustro y gallarda torre componían la parte principal de este monumento, cuyas ruinas se distinguen todavía.”
De aquel antiguo convento no queda mucho recuerdo al día de hoy en Bilbao, pero ha dejado al menos su huella en el nombre de una calle, la de San Francisco, que a él debe su nombre.
Confiemos en que los trabajos arqueológicos aporten muchas y buenas informaciones que amplíen nuestros conocimientos sobre la historia de este querido y admirado “Botxo”.
"
Más información

viernes, 26 de enero de 2007

Caprichos de la lengua

Deambulando por la red me encuentro con la cita de un curioso documento del siglo XVI relativo al pueblo zamorano de San Pelayo. La singularidad del mismo estriba en el uso de un término hoy desaparecido de nuestro vocabulario, y que también suscitó el interés de D. Cesáreo Fernández Duro, a finales del siglo XIX, y que es quien cita el documento recogido por el cura párroco de San Cebrián de Castrotorafe, D. Melchor Zatarain Fernández, y que dice así:

“El regimiento de la villa y tierra reunido en sesión en el pueblo
de San Pelayo el 10 de Septiembre de 1569, acordó : «Por
quanto el Licenciado D. Cristobal Ramírez alcalde mayor de este
partido, proveyó un auto en que por él mandó que las mujeres
de esa jurisdicción no andubiesen espernacadas (1) como por
costumbre, acordaron se apele de dicho auto y que por ello siga
demanda el procurador general de esta villa y tierra .»


(1) Es decir, montando á caballo como lo hacían los hombres."

El verbo viene recogido por el DRAE, pero en la forma espernancarse, como dialectal en León y América:

espernancarse.
1. prnl. León y Am. Abrirse de piernas.
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Consultando el Corpus del Español de Mark Davies, con la entrada "esperna*", me aparece espernacado en el siglo XVI:
"TÍTULO: Farsas AUTOR: Sánchez de Badajoz, Diego. (S. 15º-1549) FECHA: 1529
Y estava allí el nuestro gato, qu'es atrevido, goloso, regruñendo codicioso por tomalle algo del prato. Yo por callentarme un rato estava acá espernacado, ella viome recolgado no sé que por jusso el hato. Y espiença morder la toca quellotrando y sonriendo, yo estávale acá "
Y las formas espernancando y espernancada en el siglo XX.

En el Asturleonés la palabra parece que ha evolucionado a esparrancar, que también recoge el DRAE con su forma coloquial desparrancarse.

Curiosamente, la expresión se ha sustantivado en castellano como espernada, si bien con un sentido diferente:

espernada.
(De es- y pierna).
1. f. Remate de la cadena, que suele tener el eslabón abierto con unas puntas, para meterlo en la argolla que está fijada en un poste o en la pared.
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Por contra, hoy hablaríamos de montar a horcajadas:

horcajadas.
(De horcajo).
a ~.
1. loc. adv. Dicho de montar, cabalgar o sentarse: Con una pierna a cada lado de la caballería, persona o cosa sobre la que se está.
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horcajo.
(Del dim. de horca).
1. m. Horca de madera que se pone al pescuezo de las mulas para el trabajo.
2. m. Confluencia de dos ríos o arroyos.
3. m. Punto de unión de dos montañas o cerros.
4. m. p. us. Horquilla que forma la viga del molino de aceite en el extremo en que se cuelga el peso.
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martes, 23 de enero de 2007

"Yo, Claudio" de Robert Graves. La fidelidad histórica de una novela.


ESTRUCTURA ECONÓMICA

UNIDADES PRODUCTORAS
El poder imperial fue el garante de la pax romana que permitió, tras la etapa convulsa de la guerras civiles, una sensible elevación de los índices económicos. Ello se dio en un marco general de insuficiente progreso técnico y utilización de mano de obra esclava, determinante en ciertas zonas del Imperio, que coexistía con trabajadores libres y libertos, integrados en collegia profesionales.
Dentro del cuadro general de la economía romana, el sector agropecuario quedó siempre como el sector clave.
Las condiciones en que se desenvolvía la actividad de la familia rústica eran de una mayor dureza de las que se dieron entre los esclavos urbanos. La habitación en precarias cellae familiae, los rigores del trabajo o la ergastula (celda de castigo) representan algunas de estas drásticas condiciones. Los esclavos no sobrepasaban la veintena en las villae pertenecientes al territorio urbano, las únicas unidades de explotación donde la esclavitud fue dominante. Se trataba de esclavos con una cierta calificación, que poseían oficium y artificium. La epigrafía informa sobre los villici, anteriormente esclavos y colocados por sus dueños como capataces para dirigir a los restantes esclavos de estas villas. En las grandes propiedades, la explotación corría a cargo de hombres libres, los colonos, a los que se arrendaban pequeñas parcelas, con frecuencia por un lustro (locatio-conductio) con carácter renovable.
Encontramos unidades económicas de distinto tamaño en época altoimperial, variando en tamaño, número de trabajadores y capacidad económica.
Las pequeñas fincas eran unidades sin una incidencia en el movimiento económico general. El trabajo era desempeñado por los integrantes de la familia, que podían emplearse como asalariados temporales, dado sus limitados recursos.
Las villae, medianas explotaciones, sostuvieron el grueso de la producción agraria y su depresión, detectable ya en el siglo II, corrió paralela a la pérdida de importancia de la esclavitud. Propiedad de las élites municipales, se dio una dominancia de la mano de obra esclava, en número limitado como dijimos, que alterno con obreros libres contratados temporalmente y provenientes muchas veces de explotaciones más pequeñas. Estas fincas ubicadas dentro del cinturón agrícola de la ciudad, y por tanto sometidas a sus restricciones, practicaban el policultivo. La producción estaba orientada al mercado, cuyas oscilaciones incidían profundamente en la villae. La casi nula capacidad de reconversión de estas villae, que se difundieron ampliamente en época altoimperial, imposibilitó evitar su decadencia.
Durante el alto imperio una minoría social concentró en sus manos amplias extensiones de tierra. Tal concentración podía adoptar la forma clásica o republicana, esto es, una gran unidad de extensión continua, o, por el contrario, podía presentar una discontinuidad en el espacio y, por tanto, la propiedad pertenecer a distintas explotaciones.
El fenómeno de concentración de la propiedad es constatable igualmente a nivel provincial. Los latifundios privados se hallaban básicamente en manos de miembros del orden senatorial, que poseían tierras en sus lugares de origen.
Junto a los latifundios privados existían los latifundios imperiales. Las tierras imperiales se ampliaron por distintas vías, como era la herencia. Otros procedimientos eran la condena a muerte y confiscación de tierras a ciudadanos. No es posible establecer un cuadro de las tierras imperiales dado el carácter lacunario de la información.

PRODUCCIÓN AGROPECUARIA

La producción agropecuaria fue la base de la economía romana. De todas formas, en el Imperio se evidente la disimetría de recursos entre las distintas áreas. Los beneficios proporcionados por la agricultura constituían la base del lujo de los sectores sociales elevados a nivel del Imperio o local, y el medio de vida para un amplio número de población en la escala social inferior. Con las fuentes disponibles actualmente es imposible establecer el volumen de la producción. En todo caso, en época altoimperial se asistió a una elevación de los índices productivos, tendencia general en la que es posible establecer una jerarquizacion en beneficio siempre de productos que alcanzaban un precio más elevado en el mercado.
En los espacios que orlaban el Mare Nostrum se daba la triada mediterranea, formada por el cereal, la oliva y la uva. Los cereales proliferaban en el Norte de África y, alternando con los olivos, en el Sur de Hispania, rica también en vid. El olivo requiere escasos cuidados, pero es necesario el pasos de los años para que de fruto, lo cual comportaba su vinculación con propietarios cuyo patrimonio gozaba de cierta salud. A su vez, la producción olearia cumplía un papel como producto alimenticio y en otros aspectos de la vida.
Para completar la triada mediterranea, en la producción cerealícola hay que introducir una variante representada por las diferencias que separaban la parte oriental y occidental del imperio. En oriente existían áreas punteras en la producción de trigo que constituyeron auténticos granero de Roma, pero se trató de excepciones en un mundo globalmente caracterizado por sus bajos niveles productivos respecto a Occidente.

PRODUCCIÓN INDUSTRIAL

La unidad de producción industrial fue el taller pequeño o mediano con un número limitado de trabajadores y una tecnología escasamente evolucionada. Estos talleres nunca llegaron a alcanzar dimensiones notables y en caso de obtención de un margen de beneficios la práctica era proceder a la creación de una unidad de dimensiones similares, lo cual nos coloca ante una parcelación de la producción. Tal hecho contribuía a frenar la obtención de una producción a gran escala, que se veía también limitada por una tecnología arcaica que, no obstante, experimentó algunos avances que chocaron con la mentalidad de los propietarios.
El Alto Imperio representa un momento de apogeo de la explotación de minas y canteras. En este momento, los recursos mineros aparecen muy localizados. Las minas Hispanas, muy nombradas en las fuentes literarias, fueron beneficiadas de forma especial durante el Alto Imperio, sobre todo las cuencas mineras del noroeste, ricas en oro un en menor medida en plata. El Imperio contaba también con importantes canteras repartidas por todo su territorio
Los yacimientos mineros eran propiedad del Estado romano, que explotaba directamente los más rentables, mientras una serie de pozos podía pasar a propiedad privada o ser alquilados a cambio del pago de un canon. Pero desde el reinado de Tiberio se produjo un viraje que hizo que pasaran a dominio estatal minas que estaban en manos de particulares. El procedimiento más frecuente fue la expropiación.
Durante el Alto Imperio los esclavos realizaron el grueso de las tareas en minas y canteras, aunque es necesario matizar por zonas y ritmos temporales. El trabajo en minas y canteras se nutría también con los condenados. La damnatio ad metalla era una pena impuesta de por vida (por cometer un delito) tanto a hombres libres como a esclavos.

IMPORTACIONES

Dentro de la producción de mercancías, destacó la industria alimenticia y la fabricación de contenedores cerámicos. La importancia de Hispania como productora de aceite y vino queda patente tanto en las alfarerías (figlinae) que abastecían de ánforas para el transporte, como en el elevado número de individuos de dedicados a los negocios aceiteros. Dentro de la alfarería, hay que destacar además la producción de terra sigilata, en la que Italia había ocupado un lugar de privilegio hasta que en otros lugares empezó a desarrollarse esta técnica.
La industria del vidrio se vio beneficiada por la invención del vidrio soplado en Sidón, a finales de la República, que permitió la fabricación de recipientes a gran escala. Respecto a la metalurgia, cabe reseñar dos polos en Italia. Tradicionalmente Campania había ocupado un lugar de privilegio, que se mantendrá, a la vez que continuó la actividad en Etruria.
En el ramo textil destacaron los productos de Asia Menor, Siria-Palestina, Egipto, Hispania y la Galia. La circulación de estas mercancías se vio favorecida por el desarrollo de la construcciones navales.
Bajo los césares las relaciones mercantil-monetarias alcanzaron su pleno desarrollo, hasta el punto de enmascarar la base natural de la economía romana. De esta manera, el comercio interprovincial cobró una gran importancia.
La estabilidad del régimen imperial, la obtención de índices productivos más elevados, la cura de infraestructuras portuarias y rutas, la circulación monetaria y otros tantos factores aparecen en la base de un incremento del comercio interprovincial.
Los intercambios comerciales en época altoimperial se vehicularon mayoritariamente a través de ejes marítimos que brindaban mayores condiciones de celeridad y seguridad, frente a una red terrestre caracterizada por el uso obligado de tiempos largos y el peligro constante del bandolerismo. El Mare Nostrum llegaría a convertirse en un tupido mapa de rutas comerciales de diversa importancia. En este campo la actuación del Estado se revela con gran nitidez. La dominancia de los ejes marítimos era el punto final de un proceso previo en el que jugaban un papel decisivo varios elementos: las propias vías terrestres, las arterias fluviales y los puertos marítimos. Estas actividades comerciales además se beneficiaron de una fluida circulación monetaria.
La masa de mercancías se hallaba integrada por materias primas, productos de primera necesidad y mercaderías de lujo que necesitaban de una organización para poder ser distribuidas a lo largo de las provincias del Imperio.
La capital de este Imperio polarizó un intenso trafico como redistribuidora de mercancías. El papel central de Roma en los intercambios fue “artificial” porque no era una consecuencia de su desarrollo productivo sino de su papel como núcleo receptor-distribuidor. Además de redistribuir, Roma también se quedaba con parte de las mercancías, ya que la plebe constituía un sector consumidor de víveres a bajo precio o gratuitos por decisión de los césares.
La llegada regular de alimentos a Roma fue asegurada por el Estado a través de la prefectura de la annona, las mejoras en el transporte marítimo y las infraestructuras portuarias.
Un hecho destacable fue la ampliación de los contactos comerciales con comunidades establecidas fuera de las fronteras Imperiales ya desde los mismos inicios del Principado. En esta época se registra un crecimiento de la demanda de productos orientales de alto precio, que tenían como destinatarios a césares e integrantes de los sectores más elevados de la sociedad romana. Estas importaciones, cuyo volumen superaba amplísimamente el monto de la exportaciones, comportaban un desequilibrio de la balanza comercial. Los ejes comerciales presentan una jerarquización en favor siempre de Oriente.

CONCLUSIONES

La economía no es un aspecto en el que el autor haga mucho incapié, aunque si que hace referencias a la escasez de fondos imperiales con Calígula, ya que gastó cantidades ingentes para realizar sus espectáculos, y por esta razón empezó a inventar nuevos impuestos y a cobrar herencias de forma ilícita matando a los herederos. También se cita la importancia de los graneros egipcios, principales exportadores de trigo para Roma.
De todas formas, aunque no desarrolle mucho este tema, si que da muestras de fidelidad histórica, ya que a veces nombra el fisco y sus funciones correctamente, o explica la necesidad de las importaciones y sus lugares de origen.

sábado, 20 de enero de 2007

César Borgia, “El príncipe”, quinto centenario de su entierro en Viana (Navarra)



Hijo de Rodrigo Borja, el Papa Alejandro VI, César comenzó su carrera como eclesiástico, alcanzando las dignidades de Obispo de Pamplona y Arzobispo de Valencia.
Abandonará posteriormente el ministerio sacerdotal y será nombrado conde de Valentinois, dignidad desde la cual conquistará diversos territorios de la actual Italia, dando origen al ducado de Romaña, el cual ostentará.
Tras el fallecimiento de su padre en 1503 César pierde sus privilegios siendo apresado y entregado a Fernando el Católico, quien lo mantendrá preso en el Castillo de la Mota de Medina del Campo de donde escapará tres años después.
Casado en 1499 con Catalina de Albret, encuentra buena acogida en la corte del rey Juan III de Navarra, hermano de Catalina y por lo tanto su cuñado, quien había accedido al trono de Navarra a través de su casamiento con la legitima heredera del mismo, Catalina, que también así se llamaba.
Dadas las malas relaciones entre los dos reinos, no tardaría mucho en entrar en batalla a favor del Reino Navarro, y en su defensa encontró la muerte en el año de 1507. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa María de Viana, en cuyo atrio reposa en la actualidad, ya que tras la victoria del rey castellano, el obispo de turno mandó sacarlo de allí, y situarlo fuera del recinto sagrado para que fuera “pisoteado”.
Parece que con motivo del quinto centenario de su fallecimiento, las autoridades competentes pretenden devolverlo a su lugar de origen. Y es que dada la importancia de personaje tan ilustre, que incluso supo inspirar a Maquiavelo su obra más célebre, El príncipe, no parece de recibo que siga soportando las inclemencias del tiempo y los pisotones de los transeuntes.

Para leer la noticia: EL CORREO

jueves, 18 de enero de 2007

Los astures


Viene de La cultura castreña

Descripción geográfica

Se considera con este nombre al conjunto de pueblos o tribus que habitaban las tierras que con posterioridad los romanos convirtieron en el Conventus Jurídico de Asturia, dentro de la provincia de Gallaecia.
Aunque los límites del Conventus no parecen ser muy precisos, F.J. Lomas no difiere demasiado de Schulten y nos dice: "A Occidente de los Cántabros y de los Vacceos, con quienes también lindan por el Sur, se encuentran los Astures ocupando gran parte de Asturias, León y Norte de la provincia de Zamora. Sus lindes orientales son los que los separan de los Cántabros desde el Sella hasta la ribera del Gradefes junto al Esla; de aquí el Esla primero y el Duero después hasta la frontera portuguesa los separaba de los Vacceos. Por occidente los separaba de los galaicos lucenses y bracarenses el Navia desde su desembocadura hasta sus fuentes, o mejor, la rótula asturiana, la Sierra de Rañadoiro, para continuar por la Sierra de Picos de Ancares y Sierra del Caurel hasta el río Sil, perteneciéndoles Quiroga y Puebla de Tribes, y corriendo sus lindes por la Sierra de San Mamed, Montes del Invernadero hasta el nacimiento del río Sabor, perteneciendo Bragança a los Astures y siendo el límite más meridional dicho río hasta alcanzar el Duero."
La simple división administrativa hecha por Roma, no nos permite pensar en la existencia de una previa homogeneidad, ni política, ni administrativa, ni tan siquiera cultural, entre los diversos pueblos que habitaban el territorio delimitado. En esta línea, y una vez conocidos los límites del Convento Astur, debemos hacer una primera subdivisión del territorio entre los astures que poblaban al norte de la cordillera Cantábrica y los que lo hacían al sur. Así la cadena montañosa sirve de frontera orográfica entre pueblos que presentan claras diferencias culturales, los Astures Transmontani y los Augustani. Antes de la conquista romana a los pueblos que habitaban tras la cordillera los asimilaban con los Cántabros.
Mientras las culturas hispanocelta y castreña han dejado sus huellas al sur de la cordillera desde al menos la Segunda Edad del Hierro, al norte de la misma la población debió ser muy escasa con anterioridad al siglo II a. de C. cuando, coincidiendo con el apogeo de la cultura hispanocelta, comienza la celtización de la Asturia trasmontana. Por tanto, al igual que comentábamos para todo el noroeste peninsular, la actual Asturias sería la última zona del territorio Astur en conocer la cultura celta, y al mismo tiempo la que mejor ha conservado su acerbo cultural; siendo consecuencia los dos fenómenos de una misma causa: "Los condicionamientos geográficos de la región, apartada de influencias culturales ajenas al territorio"
Por otra parte, pienso que en la Asturia correspondiente al sur de la Cordillera Cantábrica se deberían tener en cuenta, además, las diferencias culturales existentes entre la zona montañosa occidental, de clara influencia galaica, y la zona meseteña oriental, más abierta a influjos vacceos o vetones.

Los pueblos astures

Las primeras noticias que tenemos de los Astures son como consecuencia del enfrentamiento que mantuvieron con los romanos durante las llamadas Guerras Cántabras, en tiempos de Augusto.
Plinio reconoce 22 tribus entre los Astures, aunque sólo nos da el nombre de tres ciudades y otras tres tribus; por otra parte Tolomeo cita doce ciudades y siete tribus. La población del territorio alcanzaría los 240.000 individuos libres según el censo de Plinio.
Siguiendo a Schulten, estas tribus serían:
Los Gigurri: Son citados por Plinio y Tolomeo. Todo parece indicar que este pueblo habitaría la región de Valdeorras y su núcleo más importante sería Calubriga.
Los Pésicos: Son conocidos también por Plinio y Tolomeo. Parece que se situarían al norte junto a la costa.
Los Zoelas: Son citados por Plinio, pero Tolomeo ya no los cita. Pemón Bouzas y Xosé A. Domelo en su libro "Mitos, ritos y leyendas de Galicia (la magia del legado celta)", dicen que: "LOS ZOELAE eran precélticos y ocupaban las tierras comprendidas entre Zamora, Ourense y las hoy portuguesas de Tras-Os-Montes". Sin embargo yo creo que más bien habría que ceñirlos a la comarca de Tras-Os-Montes. Su asentamiento más importante parece que estuvo en Castro de Avellaes, aunque también conocemos como zoela la ciudad de Curunda, cuyo emplazamiento nos es desconocido.
Los Orniaci: Son citados por Tolomeo. Hornija en el Bierzo puede traer su nombre del de la tribu. Su capital sería Intercatia, junto a Cacabelos.
Los Lungones: Tolomeo cita Paelontium como su capital, que podría corresponder a Beloncio, al Este de Oviedo.
Los Saelenos: Como su capital Tolomeo nombra Nardinium, y los sitúa al Sur de Asturia. Yo los propongo como posibles habitantes de Sanabria y Carballeda. ¿Se podría deducir de su nombre el siguiente proceso?: Selenóbriga»»»Senóbriga»»»Senábriga»»»Senabria»»»Sanabria. La respuesta se la dejo a personas con más entendimiento que yo sobre el tema.
Los Superatii: Son citados por Tolomeo. Su capital era Petavonium, en el pueblo de Rosinos de Vidriales.
Los Tiburi: Su capital sería Nemetobriga, según Tolomeo. Se correspondería con Puebla de Tribes en Orense.
Los Cabarci: Pueblo situado al norte de la Cordillera Cantábrica.
Los Penii: Su ubicación nos es del todo desconocida.
Los Bedunienses: Su capital sería Bedunia, entre Benavente y Astorga.
Los Lancienses: Su centro principal sería Lancia, junto al pueblo de Villasabariego.
Los Brigaecinos, con capital en Brigaecia, junto a Benavente
Los Amacos: Citados por Tolomeo, su capital sería Astúrica Augusta.
Respecto a la relación que hemos establecido entre tribus y ciudades, Lomas dice: " Muchas de estas ciudades se formaron a partir de la existencia previa en la región de una unidad social que bajo el influjo de Roma fue dando mayor importancia al principal lugar de habitación hasta convertirlo en cabecera de comarca...". Es muy importante tener en cuenta que las primeras noticias que tenemos de los Astures son como consecuencia de su dominación por Roma, y que éstos tratan de asimilar la cultura nativa a la suya propia, por lo que debemos tomar con muchas reservas el carácter aglutinador que tuvieron estas ciudades con anterioridad a la influencia romana.

La sociedad Astur

Pocas noticias tenemos que nos permitan diferenciar a los Astures de otros pueblos limítrofes como Galaicos o Cántabros, por lo menos hasta el momento en que se produce su dominación por Roma. Podemos por tanto decir que su cultura sería similar a la de aquellos y que quedaría englobada dentro de la Castreña del noroeste peninsular. Teniendo en cuenta que esta cultura se va diluyendo cuanto más al sur y al este se ubican los diferentes pueblos, como ya hemos visto, podemos encontrarnos con culturas bien diferentes dentro del territorio Astur, como la que debió desarrollarse en el castro de Santiago de Villalcampo (Zamora), donde han aparecido cinco verracos, más propios de la cultura vetona.
La más interesante descripción que tenemos de ellos, engloba a todos los pueblos montañeses del noroeste y se la debemos a Estrabón, que nos dice: "Todos los montañeses son austeros, beben normalmente agua, duermen en el suelo y dejan que el cabello les llegue muy abajo, como mujeres, pero luchan ciñéndose la frente con una banda. Comen principalmente chivos y sacrifican a Ares un chivo, cautivos de guerra y caballos. Hacen también hecatombes de cada especie al modo griego.. Realizan también competiciones gimnásticas, de hoplitas e hípicas, con pugilato, carrera, escaramuza y combate en formación. Los montañeses, durante dos tercios del año, se alimentan de bellotas de encina, dejándolas secar, triturándolas y luego moliéndolas y fabricando con ellas un pan que conservan un tiempo. Beben zythos y el vino, escaso, lo beben en raras ocasiones, pero el que tienen lo consumen pronto en festines con los parientes. Usan manteca en vez de aceite. Comen sentados en bancos construidos contra el muro y se sientan en orden a la edad y el rango. Los manjares se pasan en círculo y a la hora de la bebida danzan en corro al son de flauta y trompeta, pero también dando saltos y agachándose... Todos los hombres visten de negro, sayos la mayoría con los que se acuestan también sobre jergones de paja. Utilizan vasos de madera, igual que los celtas. Las mujeres van con vestidos y trajes floreados... A los condenados a muerte los despeñan y a los parricidas los lapidan más allá de las montañas o de los ríos... A los enfermos, como antiguamente los egipcios, los exponen en los caminos para que los que han pasado la misma enfermedad los aconsejen."
Esta descripción no debemos tomarla demasiado al pie de la letra, pues Estrabón, en su afán de demostrar la falta de humanitas de estas gentes, probablemente exagera. Por ejemplo: los expertos, tras el análisis de los restos encontrados, han demostrado que su alimentación era bastante más rica de lo que se puede entender en el texto. Además del pan de bellota, consumían pan de trigo. Los cultivos más habituales eran las habas, los guisantes y el lino, de cuya semilla obtenían aceite, además de cebada, de cuya fermentación obtenían el zythos(especie de cerveza). No se sabe qué tipo de propiedad se ejercía sobre la tierra, aunque se supone que era colectivista. Las técnicas de cultivo y el utillaje eran muy rudimentarios y los campos, de pequeña extensión, eran trabajados por las mujeres, como ya hemos visto.
Sobre las creencias religiosas de los Astures es más bien poco lo que se sabe. Se conocen nombres de dioses, pero se ignoran sus advocaciones en la mayoría de los casos, así como la estructura de su panteón, si es que la tenía. Sólo dos aspectos podemos señalar. Uno es que no hacían representaciones antropomorfas de sus dioses. El otro es que parece indudable la existencia de cultos astrales, sobretodo a la luna, entre estos pueblos.

Continúa en Protohistoria de Sanabria y Carballeda

domingo, 14 de enero de 2007

Firmado: una llave

jueves, 11 de enero de 2007

Sobre la boina


De origen incierto, tanto la prenda como su nombre, la boina ha sido durante muchos años un signo distintivo de los vascos, y aun lo es. Sin embargo su uso es cada día más escaso y en pocos años, si Dios no lo remedia, pasará a ser objeto propio de museo etnográfico. De hecho, una de las más famosas fábricas de boinas, “La Encartada” de Balmaseda, inaugurada en 1892 y cerrada hace trece años, se abrió ayer como nuevo museo de la boina.
Atrás quedaron los tiempos en que llevar boina era símbolo y garantía de vasquidad, sobretodo si la llevabas bien puesta de “medio lao”; o signo de elegancia inglesa y buen gusto bilbaino si su color era el azul propio de la villa. Ya nada es lo que era.
Y de antiguo le viene a los vascos el uso y disfrute de tan afamada prenda. Mucho se discute sobre su origen, datándolo algunos en épocas casi medievales.
No obstante, y a pesar de lo que se dice en la página enlazada, no creo que debamos retrasar tanto su uso, pues me parece bastante claro, a finales del siglo XVIII, D. Juan Ramón de Iturriza y Zabala en su Historia general de Vizcaya cuando nos habla sobre los usos y costumbres en el vestir de los vizcainos: “El vestido o traje que usan al presente los caballeros vizcainos,es semejante del que usan los franceses[...]; y los labradores usan en días de labor y aun en los festivos monteras de paño negro de Segovia de nueva moda”.
De cualquier forma, lo que si resulta definitivo es que la moda cundió y su uso estaba ampliamente extendido entre los varones vizcainos de mediados del XIX, cuando escribe Juan E. Delmas, en su Guía histórico-descriptiva del viajero en el Señorío de Vizcaya, describiendo a un vizcaino típico de aquellos tiempos: “...o reunido a otros jóvenes gallardos como él, en el pórtico de la iglesia, suspendida del hombro la leve chaqueta, suelto su abigarrado chaleco, negligentemente inclinada su colorada boina sobre la sien, flotando el cabello a merced del viento...”.
Sea como fuere, la verdad es que lo que más me intriga es para qué sirve el rabito de la “txapela”. ¡Y sobre esto no he podido encontrar información alguna!.

viernes, 5 de enero de 2007

La cultura castreña

Viene de "Los celtas en la península ibérica"

Los celtas del noroeste

Para todos es un lugar común considerar a Galicia como el pueblo celta de orígenes más puros de la península. Sin embargo, la arqueología no ha podido aportar pruebas suficientes de la presencia de pueblos de origen celta en el ángulo noroeste de la península con anterioridad a las primeras noticias dadas por los geógrafos e historiadores griegos y romanos.
Como ya hemos visto, es a partir del siglo VI a. de C. cuando podemos hablar en la península de una cultura propiamente celta que se manifiesta principalmente en la meseta y en la conocida como área celtibérica, donde alcanza su mayor esplendor con la llegada de la edad del hierro.
Este hito supone el hallazgo y explotación de la riqueza minera del área del Moncayo y zonas próximas, lo que origina una ruptura con las estructuras sociales típicas de la edad del bronce, provocando el desarraigo de numerosos grupos, que emigran hacia el oeste. Estas migraciones serán las que a la postre darán a todo el noroeste peninsular su carácter céltico.
La doctora G. López Monteagudo nos dice: "Diodoro designa como celtíberos a todos los habitantes de la meseta, lo que coincide con la afirmación de Plinio de que la Celtiberia llegaba hasta el Atlántico. Teniendo en cuenta que estas fuentes son tardías, puede suponerse que la situación que describen era debida a la expansión de los pueblos celtibéricos del extremo oriental de la Meseta sobre otros grupos indoeuropeos que habitaban el resto de esta amplia región.", y también: "Estrabón cita unos keltoí en las cercanías del cabo Nerión, llamado por Mela Promontorium Celticum, que habían llegado hasta allí en compañía de unos turduli y que eran parientes de otros keltikoí que vivían junto al Anas. Según García y Bellido, estos céltici habían salido de la región oriental de la Meseta en dirección a Lusitania, en donde encontramos otros céltici en la desembocadura del Guadiana; desde aquí habían reemprendido el camino hacia Galicia, en donde parte de ellos se fundieron con otros céltici que vivían dispersos en la región galaica."(La región galaica abarcaba toda la zona comprendida al norte del Duero y al oeste de la línea que forman el Sella en Asturias y el Esla en León, no sólo la Galicia actual)
Estas migraciones producen en su contacto con los pueblos de origen indoeuropeo que predominan en la zona del noroeste peninsular, una nueva cultura mezcla de ambas. Se trata de la llamada Cultura Castreña, que se desarrolla durante la edad de hierro, pero que hunde sus orígenes en la del bronce, cuando todavía no se atestigua la presencia celta en la zona. Se trata de una cultura en la que los elementos célticos son incuestionables, pero que presenta rasgos y costumbres peculiares que no encajan con lo que sabemos de los celtas y que debemos atribuir a un primitivo aporte indoeuropeo, seguramente ligur o ilirio, o de ambos.

La cultura castreña

La presencia de castros es común a todo el área celta de la Península. Sin embargo, los castros del Noroeste presentan particularidades respecto a los de la Meseta. Mientras en Castilla la forma es cuadrangular aquí es redonda u oval, tanto en el castro como en las casas. Mientras en la Meseta algunos alcanzan la categoría de oppida, en el noroeste su tamaño es siempre reducido y además son mucho más frecuentes y próximos entre sí. Así Manuel Bendala nos dice: "En las fases más antiguas los castros se organizan interiormente en casas redondeadas y aisladas, una vieja tradición que nos remite a tiempos prehistóricos; constituyen un paradigma, no sólo de escaso aprovechamiento del espacio ocupado, sino de individualidad, ausencia de coordinación y de jerarquías sociales, quizá el mejor contrapunto a la idea del asentamiento planificado y sujeto a un plan que aplica una determinada autoridad comunitaria. Este tipo de casas se mantiene de forma muy conservadora en la que se considera cultura castreña por antonomasia, la «castrexa» del noroeste, propia de los galaicos y pueblos limítrofes, fundamentalmente los astures de las inmediaciones.".
Podemos definir la cultura castreña como aquella que se desarrolla entre los siglos VI a. de C. y V de nuestra era, aunque hunde sus raíces en la Edad del Bronce, en tierras de la antigua Gallaecia romana, y cuyo elemento más característico es el castro.

Los castros

Los castros deben su origen a las invasiones de los Sefes. Los nativos, pacíficos, que hasta el momento vivían en el llano y en las vegas de los ríos, trasladan sus viviendas a sitios más inexpugnables y de fácil defensa, amurallándose.
Generalmente los castros constan de un recinto amurallado en piedra, de forma oval o redonda, que cobija en su interior un conjunto de chozas dispuestas de forma desordenada, con paredes generalmente de tapial(tierra seca con maderas), ya que sólo en fases tardías se construyen paredes de piedra, y techumbre de paja. La fragilidad de la construcción explica el que sus restos no hayan llegado hasta nosotros. La puerta era de tablones de madera, y suele estar un poco elevada del suelo, seguramente para impedir el paso del agua al interior. El suelo se igualaba con piedra menuda sobre la que se colocaba arcilla apisonada, y con cantos se hacía el hueco para la lumbre.
Generalmente los castros son de muy pequeño tamaño. Muy pocos podrían albergar más de una docena de chozas en su interior.
Suelen situarse en lugares preeminentes, sobre colinas o montes de mediana altura, aprovechando las defensas naturales cuando es posible(por ejemplo, junto a terraplenes) y con buena visibilidad sobre el terreno circundante. Todo ello nos define un hábitat en el que las necesidades defensivas son primordiales.
Son muy abundantes, sobretodo en Galicia y norte de Portugal, donde se cuentan por miles. También se prodigan en las montañas leonesas y la zona occidental de Asturias. En Sanabria y Carballeda podemos encontrar restos de ellos en gran parte de sus pueblos.
Está comúnmente aceptado el atribuir a los celtas la creación y habitación de los castros. Sin embargo, y a pesar de lo poco que sabemos, se tienen datos suficientes para afirmar que la cultura castreña era distinta de la del resto de la zona céltica. Seguramente debe más al aporte de ese sustrato indoeuropeo arcaizante del que hemos hablado anteriormente. Probablemente, el mismo motivo que hubo para la tardía celtización del noroeste peninsular, es el que ha permitido la mayor perduración en la zona de los rasgos célticos: su situación geográfica, alejada de las sucesivas corrientes de penetración cultural que tuvieron otras zonas de la Península.
En este sentido Bendala dice:"La primitiva estructura de los castros galaicos se mantuvo vigente hasta tiempos muy avanzados, y sólo en época romana se advierten procesos de incorporación a los sistemas de control territorial basados en asentamientos mayores, del tipo de los oppida,..."

La sociedad castreña

La gran abundancia de castros así como su diminuto tamaño, nos permiten hacernos a la idea de una sociedad muy poco vertebrada y con grandes dosis de inseguridad.
La población se repartiría de forma muy dispersa por el territorio, constituyendo núcleos de población muy pequeños, donde se asentarían las diferentes centurias o gentilitates, correspondiéndose cada una con un castro. Esta sería la forma básica de organización social, intermedia entre la familia y la tribu. Dentro de cada castro convivirían distintas familias, tomadas en un sentido extenso, que supuestamente tendrían unos lazos de parentesco entre sí.
Abarcando diferentes castros estaría la tribu, pueblo o gens, sin que sepamos qué tipo de relaciones existían entre las diferentes gentilidades que la componían, aunque parece que gozaban de gran autonomía y en ellas residía la soberanía. Tenían sus propios dioses gentilicios y cultos familiares, así como un derecho particular, del que quedaba excluido el ajeno al grupo. De este modo el individuo queda desprotegido fuera de su propio castro o gentilidad, por lo que el nivel de cohesión política se ha de considerar muy débil o casi inexistente.
El carácter cerrado de esta sociedad queda atenuado por la existencia de una institución que los romanos llamaron pacto de hospitalidad. El acuerdo podía pactarse entre individuos o entre las distintas gentilidades, considerándose mutuamente ambas partes, en pie de igualdad, como protectores y protegidos. El extraño, no enemigo del clan, podía acogerse a la hospitalidad del grupo, pero ésta sólo estaba garantizada mediante la existencia previa del pacto. De la institución se derivaba que los miembros de ambas gentilidades fuesen recíprocamente considerados como amigos y huéspedes, participando los de un grupo en los derechos del otro y transmitiendo esta consideración a sus herederos. Los pactos se hacían por escrito en las llamadas tesseras de hospitalidad, documentos epigráficos hechos en bronce o plata y de los que cada una de las partes guardaba una mitad. Suelen presentarse con formas diferentes, a veces como animales, otras representando manos entrelazadas. Su datación corresponde a los siglos que van desde el II a. de C. hasta el II de nuestra era.
La escasa diferenciación entre las cabañas de los castros, así como la pobreza de los ajuares encontrados, nos permiten pensar en una sociedad muy igualitaria, cuyo principal desvelo sería el cuidado de los siempre amenazados rebaños que pastaban en los alrededores del castro.
Los hombres dedicarían su tiempo principalmente al cuidado de los rebaños, la caza, la pesca y la guerra. El evidente carácter defensivo de los castros nos hace pensar en una sociedad muy inestable en la que la guerra sería un elemento cotidiano; no debido tanto a factores extraños como a su propia idiosincrasia, pues las defensas que proponen no serian un gran obstáculo para otros pueblos más desarrollados, como el romano.
Las mujeres y los niños se ocuparían de la recolección de frutos, principalmente bellotas, con las cuales, previamente secas y trituradas, elaboraban un pan que se conserva bastante tiempo, y que constituía una base fundamental de su alimentación.
La agricultura tenía escaso desarrollo técnico y era labor encomendada a las mujeres, costumbre que todavía podemos rastrear en las zonas de influencia castreña.
La jerarquización de estas sociedades estaría en función de elementos como la edad y el sexo, tal y como nos dice Estrabón: "Comen sentados sobre bancos construidos alrededor de las paredes, alineándose en ellos según sus edades y dignidades...". Los ancianos estaban muy considerados dentro del grupo, eran los portadores de la sabiduría, pues en una sociedad de tradición oral son los más viejos los que han podido aprender los diferentes entresijos de la cultura que han heredado. Junto a ellos estarían los portadores de la timé, seguramente jóvenes guerreros protagonistas de correrías saqueadoras sobre los pueblos cerealistas más ricos del sur, y que tantos problemas ocasionaron a las legiones romanas.

Continúa en Los astures

jueves, 4 de enero de 2007

"Yo, Claudio" de Robert Graves. La fidelidad histórica de una novela. (II)

POLÍTICA Y ADMINISTRACIÓN DEL IMPERIO

LOS PODERES DEL PRÍNCIPE
El príncipe emperador romano gozaba vitaliciamente de una serie de poderes y títulos. A la hora de elegir el sucesor del príncipe, éste era aceptado por el Senado, que tenía la labor de transferir los poderes junto con el pueblo. Estos poderes y títulos eran una serie de atribuciones que implicaban el mando del ejército, la jefatura de la religión o la dirección de la política exterior entre otras. A esta poderosa posición del príncipe contribuían componentes de tipo ideológico, el ejército, los apoyos sociales o un denso tejido de relaciones clientelares, que lo convertían en patrono del Imperio y de su extraordinario patrimonio.
A lo largo del alto imperio, se dieron variaciones en la figura del emperador, aunque ésta siempre se mantuvo estable. Dependiendo del emperador, aceptaba o rechazaba ciertos títulos a la hora del nombramiento, y en ocasiones, se añadían nuevas atribuciones o se quitaban otras; incluso las mujeres de los emperadores empezaron a recibir títulos de emperatriz y madre de la patria, al igual que sus maridos.
El poder Imperial representaba el triunfo del poder personal basado en el ejército frente a la democracia republicana. Este hecho se tergiversó para hacerlo formar parte de la ideología imperial, ya que se dijo que esta “Victoria Imperial” había sido propiciada por los dioses. Esto hacía que el emperador fuera visto como una figura situada por encima de los demás humanos, que estaba sostenida por la providencia de los dioses. El Cesar también era considerado fundador del Estado. Este conglomerado de virtudes, hizo que su persona se volviese inviolable y sacrosanta, y que durante el alto imperio se desarrolló el culto Imperial, divinizando a los emperadores tras su muerte; estas ansias de poder hicieron que algunos emperadores, como es el caso de Calígula, quisieran ser divinizados en vida.
La propaganda al Cesar se realizaba de múltiples maneras (en las monedas, por medio de estatuas...), lo que hizo que su figura fuese conocida prácticamente a lo largo de todo el imperio. El príncipe se hallaba además protegido por su guardia pretoriana, consistente en nueve cohortes acantonadas en las proximidades de Roma.
Las atribuciones del príncipe eran inmensas. Controlaba casi todos los aspectos de la vida política, económica y judicial de Roma, aunque eso fuese en contra del senado. Además, el Cesar también era el jefe de la religión. Todos estos cargos normalmente eran vitalicios, a no ser que el príncipe los delegara en otra persona. Todo lo expuesto nos sitúa ante la realidad de un emperador, el primero de los ciudadanos, que concentró amplísimas atribuciones.

EL PRÍNCIPE Y LAS INSTITUCIONES
Durante el alto imperio, las antiguas instituciones republicanas convivieron con el príncipe, lo que acabó en una situación de choques continuos.
El senado se convirtió en el refugio de la oposición republicana, por lo que durante mucho tiempo fue objeto de persecución por parte del imperio. Los senadores dejaron de ser solamente romanos, al incorporarse con Claudio galos Eduos en la sala. Desde el comienzo del principado, el Senado perdió atribuciones en favor del emperador. Este alejamiento de las costumbres republicanas hizo, como hemos explicado anteriormente, que hubiera continuas tensiones entre el senado y el emperador.
Los comicios y las magistraturas prácticamente perdieron su razón de ser, ya que el príncipe era el que controlaba sus nombramientos convirtiendo estos cargos en simples marionetas a su mando.

Si durante el reinado de Augusto se intentó mantener un equívoco republicano, este se rompió totalmente con el ascenso de Tiberio al trono imperial. Durante todo el alto imperio, el emperador fue consiguiendo cada vez más atribuciones y asentándose cada vez más en su poder, con lo que cualquier intento republicano de vuelta al antiguo régimen se hizo imposible.

ADMINISTRACIÓN DEL IMPERIO
El príncipe ostentaba amplísimas prerrogativas en materia de administración. Se hallaba además al frente de vastísimos teritorios cuya gestión, con un número reducido de funcionarios, presenta graves carencias.
Sobre los fundamentos establecidos por el Régimen Augusteo, los Césares fueron ampliando los cuadros administrativos e introduciendo ciertas mejoras, haciendo por ejemplo crecer el número de funcionarios nombrados por el príncipe. Los puestos relevantes estaban en manos de senadores y miembros del orden ecuestre. También tuvieron un papel importante en la administración los libertos imperiales.
Próximo al príncipe, con la función de asesorarle, existía un grupo de amici y consejeros (altos funcionarios y juristas) que integraban por nombramiento imperial el consilium principis, cuya creación representa una de las innovaciones del régimen. Se trataba de un consejo privado, que fue cobrando importancia ante al decadencia del senado.
La provisión de las prefecturas, bajo el control del príncipe, correspondió a miembros del orden senatorial y a caballeros. En Roma existían cuatro praefecture:

La Prefectura del pretorio.
La Prefectura de la ciudad.
La Prefectura de la Annona.
La Prefectura de los Vigiles.

Dentro del cuadro de las prefecturas cabe destacar la Prefectura de Egipto, desempeñada por un caballero que representaba al Príncipe en Alejandría. Las fuerzas militares acantonadas en Egipto no eran comandadas por miembros del orden senatorial sino por caballeros (praefecti).

ADMINISTRACIÓN FINANCIERA
Heredada del Principado augústeo, la administración financiera siguió estructurada en dos niveles, representados por el ámbito de gestión del Senado (aerarium Saturni o erario público) y el ámbito que es competencia del príncipe.
El aerarium Saturni, radicado en el templo de Saturno, en época altoimperial percibía sólo los ingresos de Italia y las provincias senatoriales y tenía que afrontar un incremento de gastos. La caja senatorial fue progresivamente arroyada por la nueva dinámica financiera del Principado. El ámbito de competencias del Senado en materia financiera fue estrechándose.
Los capítulos más elevados de gastos correspondían al mantenimiento del ejército, de la administración y a las donaciones del príncipe, todo ellos gastos satisfechos por la nueva caja imperial, el Fiscus. El fisco, cuyo jefe era el emperador, alcanzó predominancia sobre el decadente aerarium. El fisco se nutría de tributos, contribuciones extraordinarias y rentas varias.
El patrimonio imperial (patrimonium Caesaris), que englobaba bienes propiedad del príncipe y fue incrementándose por diversas vías (herencia, confiscaciones, botín), se gestionó, desde el reinado de Claudio, por medio de procuradores, al frente de los cuales se encontraba el procurator patrimonii. A partir de dicha dinastía el patrimonio era transferido al sucesor, convirtiéndose en un bien público.
El Principado comportó una reestructuración que en el plano recaudatorio arrinconó progresivamente el arriendo a las sociedades de publicanos en favor de la percepción directa encomendada a los procuratores (aunque podía adjudicarse a particulares, conductores, siempre bajo un estricto control) o cumplida por los entes municipales. El sistema benefició a los provinciales, que satisfacían las cargas en dinero o especie, pero los niveles de ineficacia llegaron a ser alarmantes.
En el capítulo de gravámenes directos aparecen un impuesto personal, al que se hallaban sujetos todos los habitantes (tributum capitis), y un tributo sobre la tierra (tributum soli). Para el funcionamiento de la tributación cobraban decisiva importancia las informaciones contenidas en el censo, que confeccionaba periódicamente el gobernador provincial, y del catastro general cuya realización acometió el poder a lo largo del siglo I.
A ello se sumaban los tributos indirectos, así los aranceles aduaneros (portoria). Entre estos cabe mencionar también el gravamen a los ciudadanos romanos sobre herencias y legados, siempre que alcanzaran un volumen considerable y no fueran por línea directa, y otro tanto sobre la manumisión. Integraban también este capítulo las tasas impuestas a las ventas de productos y esclavos. Existían, además, otros gravámenes que variaban según la zona.

En un intento de revitalizar la maltrecha hacienda imperial, Tiberio practicó una política de austeridad en el gasto, incrementando tributos y procediendo a confiscaciones. En el plano financiero, el convulso reinado de Calígula aparece definido por la imposición de nuevos gravámenes y los enormes gastos suntuarios que dejaron exhaustas las arcas estatales.

ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL
Correspondía al Senado la administración de Roma y de Italia, atribuciones que iría perdiendo en favor de los nuevos funcionarios.

Italia gozó de una situación de privilegio respecto al Imperio, por cuanto no era una provincia. Sin embargo, a lo largo de la época altoimperial dicha situación fue expirementando correcciones que abocaron a una progresiva nivelación con el resto de territorios.
El Imperio se hallaba integrado por un conglomerado de territorios con realidades distintas, a los que se fueron sumando nuevas extensiones. Durante el Alto Imperio se dio el trasvase de provincias senatoriales al control directo del príncipe que, en ocasiones, desagraviaba al Senado retornándole una antigua provincia.
Las provincias (provinciae), territorios extra-itálicos bajo la jurisdicción de magistrados romanos en época republicana, se hallaban desde Augusto bajo la administración del Senado y el príncipe, aunque hubo casos que rompían con estos principios generales. El conjunto arrojaba un saldo netamente favorable al césar, dado el elevado número de provincias imperiales bajo su control y la ingerencia que podía practicar en provincias senatoriales. Los gobernadores, al frente de estas unidades, ostentaban un concierto de atribuciones políticas, militares en el caso de las provincias imperiales, judiciales y financieras, bien que bajo control del príncipe.
Las provincias bajo administración del Senado eran territorios ricos y pacificados en los que no había acantonadas unidades militares. Los gobernadores de estas provincias, procónsules, eran elegidos por sorteo entre ex-pretores o ex-consules. El cargo, de duración anual, comportaba atribuciones civiles, judiciales y financieras. Los gobernadores, responsables de su gestión ante el Senado, se hallaban asistidos por legados y cuestores encargados de asuntos financieros.
La creciente injerencia del emperador en estos ámbitos de administración senatorial se explica en virtud de su imperium y se canalizaría a traves de los procuratores. Además, el papel del príncipe en el nombramiento de gobernadores tendió a fortalecerse. El número de provincias senatoriales fue reducido en comparación con el de las imperiales.
Las provincias imperiales eran aquellas dependientes del príncipe, de creación reciente o de difícil control, en las que había acantonados efectivos militares. Existían provincias cuyos gobernadores llevaban el titulo de legati Augusti pro praetore. Los legati, que permanecían en su cargo durante el tiempo fijado por el príncipe, al cual representaban, poseían atribuciones civiles y comandaban las fuerzas militares, hallándose asistidos por Legati legionis. Los asuntos financieros eran gestionados por procuradores imperiales pertenecientes al orden ecuestre y ocasionalmente libertos imperiales.
Un caso único representa la provincia imperial de Egipto, gobernada por un praefectus Aegypti, designado por el príncipe, residente e Alejandría. Bajo el gobernador, que gozaba d atribuciones civiles, militares y judiciales, se hallaban diversos cargos administrativos y militares en manos de los caballeros. Un procurador con amplias funciones, el ideólogo, gestionaba conforme a una reglamentación que incluía los mandata imperiales.

ADMINISTRACIÓN URBANA
El Alto Imperio fue la etapa por excelencia de auge de la vida urbana. Con ella se expandieron los módulos organizativos romanos y culminaba el proceso de romanización de los territorios conquistados. Éstos se hallaban, a comienzos del Imperio, en estadios diversos de desarrollo, arrojando un cuadro desigual en la implantación de estructuras cívicas, más frecuentes en las áreas mediterráneas y pónticas. La acción de Roma significó una reestructuración del espacio, para su mejor gestión, en función de intereses que rararamente eran coincidentes con aquellos de los indígenas, antiguos propietarios de la tierra.
El proceso de urbanización, vehículo y termómetro de la romanización, cristalizó en una proliferación de centros urbanos en dos niveles: reacondicionamiento de sitios preexistentes y ciudades ex-novo. En el cuadro de conjunto jugarían un papel determinante los núcleos indígenas preexistentes y las cuestiones de índole económica y militar. Se cumplen, en una época altoimperial, una linea de urbanización y otra de integrización jurídica o municipalización.
El estatuto jurídico de estos centros era diverso, configurando dos bloques constituidos por los núcleos privilegiados y las ciudades peregrinas, que presentaban, a su vez, una gama variada de situaciones jurídicas, heredadas de época republicana. Los habitantes podían gozar de derechos ciudadanos plenos o limitados como los latinos. Pero al margen existía un sector de población, los peregrinos, cuyo ascenso jurídico podía seguir un canal, más globalizador, de concesión a la comunidad, y otro individual; fue significativo, a este respecto, el servicio en cuerpos auxiliares del ejercito, verdadera cantera de nuevos ciudadanos.
Tras la activa política practicada por Augusto, su sucesor Tiberio procedió a algunas fundaciones urbanas sobre todo el Oriente y otorgó la ciudadanía, bien que con menos prodigalidad. Cumplido el anodino reinado de Calígula, se registra una especial actividad bajo Claudio. En una política de mayor calado que la de sus predecesores, el Emperador potenció la progresión jurídica personal.
En la cumbre de la jerarquía social urbana, la oligarquía municipal disponía de sólidas bases económicas y monopolizaba la vida política, integrando la curia y ocupando las magistraturas. Las instituciones municipales presentan similitud a lo largo del Imperio, aunque en el área oriental se conservaron, con la aquiescencia del poder central, las formas preexistentes al dominio romano.
El desempeño de cargos en la vida política ciudadana se reservaba únicamente a individuos que estaban en posesión de la ciudadanía local. En el oriente del Imperio quedaba deslindada la posesión de la ciudadanía griega y romana. En las urbes de las provincias helenófonas la ciudadanía se podía vender y fue práctica habitual su concesión a personajes cuya notabilidad le permitía gozar de tal privilegio en distintos centros.
Los libres ciudadanos romanos se distinguen por una estructura onomástica en la que aparecen los tres nombres (tria nomina): el praenomen o nombre personal, el nomen o gentilicio y el cognomen familiar. Los ciudadanos se hallaban encuadrados en las 35 tribus, entidades abstractas, de forma que una misma unidad podía englobar a individuos de distintos territorios. Por tanto, la mención de la tribu nos coloca automáticamente ante una persona que goza de la ciudadanía.
En la vida de la ciudad intervenían distintas instancias. El Consejo municipal, curia o boulé, dunviros (duoviri), denominados quinquennales porque cada cinco años realizaban el censo de la ciudad y aediles. En el cuadro de las magistraturas, cabe reseñar igualmente a los cuestores (quaestores), encargados de las finanzas municipales. A ello se sumaba un personal subalterno con un destacado componente de esclavos públicos.
El orden de desempeño de estos cargos se iniciaba con la cuestura, seguida de la edilidad y dunvirato.
Pero esta carrera de los honores era costosa. Los magistrados de cualquier ciudad del Imperio desembolsaban junto a los gastos electorales, al entrar en funciones, la summa honoraria. A ello se añadían posteriormente contribuciones a obras públicas, comidas o juegos. Tales fondos pretendían contribuir a la autosuficiencia financiera de la ciudad, imposible de lograr sólo a partir de la colecta de impuestos y la gestión de una parte de las tierras del cinturón agrícola en calidad de tierras públicas. Cuando las magistraturas se asignaban a una divinidad, a un acaudalado foráneo o al emperador, los gasto se detraían del patrimonio del templo, del particular o de los fondos imperiales. Las pesadas cargas que, en general, debían soportar los magistrados acabarían provocando un rechazo que el poder intentó solventar a través de la hereditariedad de las magistraturas.
Los ciudadanos de cualquier centro itálico o provincial se hallaban sujetos a diversos servicios o contribuciones a tenor de sus propias realidades personales. Estos munera se dividían en personales, económicos o de ambos tipos, situándose en el escalón inferior los trabajos más humildes (munera sordida). Existieron diferentes exenciones de munera en atención al sexo, la edad o el número de hijos. El poder eximió de munera a determinados colectivos, así los individuos relacionados con la annona y distintos servicios de la administración, médicos, etc.
Existía una constante de allegar bienes a la ciudad vía benefactores, de larga tradición en el mundo oriental y auge bajo los Julio-Claudios. Esta actuación voluntaria podía realizarla, sin olvidar al príncipe, cualquier individuo de la comunidad ciudadana, ostentador de un cargo o un simple particular, o vinculado a ella aunque originario de otro centro. Con frecuencia, a través de fundaciones, el evergeta cargaba con gastos que redundaban en el bien de la colectividad a través de los réditos de una determinada cantidad de dinero o un bien donado libremente a la ciudad. Ésta canalizaba el reconocimiento en forma de honores acordados al benefactor que reforzaban su posición presente y el recuerdo en el futuro.

CONCLUSIONES
Estas características administrativas se ven muy bien reflejadas en la novela que estamos comentando. Aunque en el libro a este tema no se le presta tanta atención como a la política, si se aprecia la importancia que tenía para la sociedad de la época desempeñar un cargo administrativo, dadas las ventajas y el honor que suponía ser nombrado para alguno de estas tareas. Tal vez uno de los cargos al que más se refiere el narrador Claudio en la novela sea el de gobernador. Éstos eran bastante importantes en el conglomerado administrativo del Imperio, pues controlaban muchos ámbitos en las provincias, como se ha visto anteriormente, y por esa razón llegaron a tener un poder que no era comparable al del emperador (ya que además estos gobernadores estaban nombrados por el propio príncipe y prácticamente estaban a sus ordenes), pero que si que podían influir de forma importante en las decisiones, sobre todo militares y económicas, que tomase el emperador.
El autor presta más atención a la política y la vida de los príncipes. En la novela se puede observar que las tensiones entre el emperador y el senado son continuas, y con Tiberio por ejemplo, la persecución realizada contra sus enemigos políticos es muy dura, mostrando hasta que punto el emperador ansía su poder. La divinización también acareó problemas al imperio. Calígula se creía hasta tal punto un dios, que llegó a mandar ejecutar a cualquiera que él pensase que lo había deshonrado o no le había presentado los suficientes respetos, dando lugar a una situación interna muy caótica, ya que las personas cercanas a él estaban más preocupadas de salvar su vida adulando al emperador que de hacer su trabajo correctamente.
Dado que la historia contada en el libro se desarrolla en distintos lugares, la diferencia cultural existente en las distintas provincias del imperio queda refeljada de una manera bastante clara. Estas diferencias culturales se observan perfectamente cuando el narrador se desplaza a contar un hecho a una provincia extranjera. Antes de seguir con el relato adecuadamente, se ve obligado a explicar la realidad que allí se vive, ya que de otra forma, los hechos que allí sucedieron no se comprendería en su totalidad en algunos de los casos.
En general, las descripciones que realiza el autor tanto de la política o la administración se ajustan a las dadas por la bibliografía, por lo que se puede decir que el libro recrea correctamente el periodo histórico en el que se desarrolla la historia, tal y como ocurre en todos los aspectos de la historia.

miércoles, 3 de enero de 2007

"Yo, Claudio" de Robert Graves. La fidelidad histórica de una novela (I)


Yo, Claudio

Esta novela narra los entresijos del imperio, y sobre todo de la familia imperial, desde el reinado de Octavio Augusto hasta el nombramiento como emperador de Claudio.
Robert Graves nació en Londres el 26 de Junio de 1895. Estudió filología clásica en la universidad de Oxford. Su primer libro, Hadas y fusileros, fue escrito en 1917, y en él refleja las experiencias vividas durante la primera guerra mundial. Aunque él se consideraba poeta, completó numerosos trabajos narrativos, como el mismo Yo, Claudio y su continuación Claudio el dios y su esposa Mesalina (ambos en 1934) o La hija de Homero (1955). También ha realizado distintos trabajos de investigación mitológica, como en el caso de El vellocino de oro (1944). Al final de su vida paso bastante tiempo en las Islas de Mallorca, en las que murió en el año 1985.
Como veremos, el autor representa con gran fidelidad la sociedad, la forma de vida, los hechos históricos... de la época, aunque a veces, como es lógico, dentro de la narración introduce algunos elementos ajenos a la historia, para dar más continuidad al argumento o no hacer muy pesada la lectura.
Para facilitar el análisis del libro, lo he dividido en los siguientes apartados: sociedad, política y administración del imperio, economía, vida cotidiana y hechos históricos. Hay que recordar, para comprender bien el análisis de esta novela, que el argumento de ésta se desarrolla desde el reinado de Augusto hasta el nombramiento como emperador de Claudio. Antes de que Augusto fuera nombrado emperador, Julio Cesar fue asesinado (año 49 a.C.) por posicionarse en contra del senado. Después de esto, aprovechándose de la situación política, y tras eliminar a sus adversarios en la carrera por el poder, Augusto se hizo con el poder casi absoluto de Roma. Esto no fue tan fácil como parece, ya que como se puede apreciar en el libro, tuvo que tener mucha mano derecha para mantener al sector republicano tranquilo, haciendo que el senado tuviese todavía alguna atribución, pero no demasiadas como para que representase un peligro para su poder personal. Esto hizo que se dieran situaciones políticas bastante complicadas como veremos más adelante.

SOCIEDAD

LA FAMILIA ROMANA
La familia romana era la célula base de la sociedad romana, pero no todas las personas podían formar una familia. El matrimonio con plenos efectos legales solo podía darse entre aquellas personas que poseían derecho a contraer matrimonio legítimo (connubium). Este vínculo desaparecía por decisión de la pareja o si uno de los dos miembros de la pareja perdía la ciudadanía o la libertad.
El “jefe” de la familia era el pater familias o patria potestas, siempre un hombre. Los esclavos y todas las cosas se hallaban sometidas a su dueño, el padre de familia; incluso el hijo seguía bajo el poder de decisión de su padre aún después de ser mayor de edad, estar casado y haber realizado el servicio militar. Esta potestad solo se acababa con la muerte del padre o su pérdida de la ciudadanía.
La mujer, no tenía un papel muy importante, y siempre dependía de su marido para tomar cualquier decisión. El sector femenino no empezaría a cobrar auge en la vida social hasta la dinastía de los Severos.

PATRICIOS, PLEBEYOS Y ESCLAVOS
Las familias de los patricios eran las primeras familias asentadas en Roma y sus descendientes. Cada una pretende descender de un antepasado más o menos divinizado (pater). Desde el principio de Roma, los patricios y sus familias constituyen el primer eslabón social. Los patricios están en la base de la fundación de Roma y, por tanto, son ciudadanos romanos. Tienen la exclusiva de los cargos públicos, y dirigen la vida de Roma. Los patricios a demás solían tener a su cargo a los llamados clientes. Estos eran los extranjeros o refugiados pobres, sujetos a patronazgo de un patricio, el cual le brindaba ayuda económica, lo defendía ante la ley, y lo dejaba participar de las ceremonias religiosas a cambio de que éste lo acompañase en la guerra y lo ayudase en todas los trabajos en el que el patricio lo solicitara. Los patricios se enorgullecían de tener clientela grande o importante.
Los plebeyos constituyen la mayor parte de la población (la multitud), compuesta también con extranjeros, refugiados pobres o clientes que se habían enemistado con sus "patronos". Eran considerados hombres libres pero no ciudadanos, por lo que no podían participar en lo político ni en lo religioso.
La esclavitud era el destino normal de los presos de guerra. Legalmente, carecían de todo derecho: eran instrumentum vocale ("herramienta que habla"). Hacían gratis los peores trabajos y de por vida. El trato dependía del carácter personal del amo.
Aunque se encuentra fuera de la cronología del libro, es necesario explicar las luchas que hubo entre los plebeyos y los patricios para conseguir la ciudadanía, condición que después de doscientos años de lucha, consiguieron.

LUCHAS ENTRE PATRICIOS Y PLEBEYOS POR LA CIUDADANÍA
La ciudadanía romana es durante siglos es el título más deseado. Consiste en unos derechos (iura) y unas obligaciones (munera). La ciudadanía podía conseguirse de tres formas:
  • Por nacimiento: naciendo de matrimonio legítimo (iustae nuptiae) de un ciudadano; siendo hijo de liberto o extranjero favorecido con la concesión de la ciudadanía (civitatis donatio).
  • Por concesión legal: por ejemplo, por hacer una casa en Roma, o construir un barco capaz para 10000 modios de grano, o por hacer condenar a un magistrado.
  • Por concesión del estado, representado para el caso, por los comicios, un general vencedor, las comisiones encargadas de fundar una colonia romana o el emperador.


Esta ciudadanía, de la misma manera que se podía ganar, también se podía perder por alguna de las siguientes causas:

  • Perdiendo el status libertatis: por condena penal, por insolvencia, pronto suprimida; por privación de agua y luz (interdictio aquae et ignis) o deportación; o por negarse al censo, al servicio militar, por desertar, por caer preso en una guerra, o por violar los derechos de gentes.
  • Perdiendo el status civitatis: renuncia a la ciudadanía (reiecto civitatis) o por hacerse civis de otra ciudad.

Tras doscientos años de lucha con el senado y los patricios, los plebeyos consiguieron la ciudadanía romana (287 a.C.), pudiendo así participar en actos religiosos y políticos. Aún así, quedaba por alcanzar la igualdad entre estos dos grandes grupos sociales en bastantes ámbitos, como la misma política, la religión o la economía.

EL ORDEN SENATORIAL Y EL ORDEN ECUESTRE
La cúspide de la estructura social estuvo ocupada por el orden senatorial, integrado por 600 miembros del Senado y sus familias. Se trataba de un pequeño número de personas con un enorme patrimonio y que accedían a los puestos más elevados. Este orden estaba formado por patricios que tuvieron algún antepasado que desempeñase en su tiempo alguna magistratura curul (cónsul, pretor, censor o edil). Para diferenciarse, los miembros del orden senatorial, llevaban la túnica laticlavia, con una banda ancha de púrpura y un anillo de oro. Además, como veremos más adelante, gozaban de una posición privilegiada en el teatro, anfiteatro y circo.
El orden ecuestre surgió de la caballería del ejército romano. Ésta estaba formada por ricos que traían el caballo o que utilizaban caballos del estado. Formaban un grupo social distinguido (caracterizados por un anillo de oro y una túnica bordada de púrpura), pero pronto fueron insuficientes y hubo que sustituirlos con soldados pagados. Quedaron así como una burguesía dedicada no tanto a la compra y explotación de tierras, como a los negocios bancarios. Raras veces se dedicaron a la política, donde los consideraban despectivamente homines novi (sin antepasados ilustres). Esta última consideración creaba bastantes problemas por ejemplo a la hora de contraer matrimonio o de nombrar senador a una persona del orden ecuestre.
CONCLUSIONES
El autor del libro recrea perfectamente la sociedad romana y las situaciones derivadas de sus características. Aunque no hace referencia directa a los puntos comentados, si que se pueden apreciar los rasgos distintivos de la familia y la potestad del padre, o el casi nulo papel en la sociedad de la mujer romana, así como prácticamente todas las características sociales comentadas.
De todas formas, al centrarse la narración en las capas altas de la sociedad más que en la plebe, lo que mejor se aprecia son las disputas y luchas entre el orden senatorial y el ecuestre. Durante toda la novela se puede ver como las personas del orden ecuestre son siempre menospreciadas, aunque no se las puede faltar al respeto ya que forman parte de la nobleza debido al dinero que poseen. Pero en el momento en que una persona de este orden es nombrada para algún cargo público, el propio Claudio cita la procedencia de esa persona, dando a entender que no posee antepasados nobles.
En general, la imagen que el autor da de la sociedad de la época coincide totalmente con la que proporcionan las fuentes bibliográficas, en incluso se podría decir que el libro en este aspecto tiene hasta un valor didáctico, ya que al utilizar ejemplos de la vida diaria, consigue que se entienda mejor por ejemplo lo que suponía ser esclavo en Roma, el poder que tenía el padre sobre la familia o lo importante que era para una persona de la nobleza poseer antepasados curules para entrar en el orden senatorial.